Mi casa, la calle

Indigente

Desde el SAMUR social de Madrid se ha llevado a cabo el diciembre pasado por primera vez una iniciativa muy interesante: hacer una llamada a la población y pedir colaboración voluntaria para organizar un recuento de personas sin techo en la ciudad con el objetivo de tener una idea aproximada de cuántas personas duermen en las calles en la capital de nuestro país.

El pasado doce de diciembre, quizás aprovechando la solidaridad que suele emerger de los ciudadanos de forma especialmente espontánea en estas fechas, centenares de voluntarios se pusieron en marcha y salieron a las calles de cada barrio y distrito en la helada noche madrileña, carpetilla y caja de tabaco en mano, con el objetivo de contabilizar a todas aquellas personas que encontrasen durmiendo en cajeros, bancos o calles y con la esperanza de poder entablar conversación con alguno de ellos, fumarse un pitillo y hacerle alguna que otra pregunta y completar así una encuesta que permitirá a los trabajadores del Samur Social tener cierta información necesaria para llevar a cabo su trabajo.

Muchas instituciones, grupos y organizaciones trabajan con personas sin hogar durante todo el año. Porque no sólo en Navidad duermen millones de personas en las calles en un país donde hay también millones de pisos vacíos. La pobreza existe durante todo el año, los problemas y la marginación también y la solidaridad, la implicación y la colaboración son necesarias los 365 días de éste, no debe haber excusas.

Álvaro, como dice él que se llama aquí en España, pues su nombre en lituano resulta casi imposible de pronunciar…comparte cama, casa y penas con otros tres compañeros de viaje. Su hogar cambia cada día. No le gustan los albergues, no le agrada compartir techo ni con determinadas nacionalidades, según él, por cuestiones culturales, ni con toxicómanos así que cada noche, cartón de vino en mano, uno de ellos vigila mientras los otros tres buscan una postura en la que pasar la noche en el frío suelo de un cajero. Dice que como él hay decenas de hombres en un mismo distrito madrileño, peleando cada noche por la mejor “cama”. El que consiga primero el mejor cajero tendrá suerte y dormirá sin luz, o con las piernas estiradas, eso claro, mientras no venga alguien a sacar dinero y decida llamar a la guardia civil o a la policía y echarlos de ahí. Entonces tendrán que levantarse e iniciar de nuevo su búsqueda.


Álvaro acude a comer cada día a uno de los muchos comedores de beneficencia que existen en Madrid, se ducha y asea en centros y albergues pagando quince céntimos, dinero que consigue abriendo la puerta a la gente en cualquier supermercado o indicando a los conductores dónde aparcar. Ha llegado a la calle hace sólo ocho meses tras varios capítulos dramáticos en su vida que le han provocado una actitud hacia ésta de total pasividad.

Sin saber cómo ha pasado de tenerlo todo, un trabajo como soldador en Jaén, una mujer, una casa, a no tener nada, quizás varias cosas se sumaron desviando y dirigiendo su destino, él destaca un accidente que le ha dejado incapacitado en un gran porcentaje y dolores muy fuertes y continuos. A las preguntas que se le realizan, Álvaro responde sin motivación, sus ojos ya no ríen, sus manos tiemblan, tiene 43años, pero aparenta como mínimo diez años más, ni siquiera se siente interesado por la información que se le ofrece sobre sitios a los que puede acudir para recibir ayuda. Cuando habla de su vida anterior, su voz transmite un enorme vacío, sus gestos también.

Nadie desea vivir en la calle, a todos nos gustan las comodidades, a todos nos gusta sentirnos útiles en la vida y sentir que ésta tiene algún sentido. Hoy Álvaro no tiene donde dormir y ahoga sus penas, sus miedos y el frío del invierno en un litro de vino, hace tan sólo un año no hubiera podido imaginar qué le iba a deparar la vida.

La indigencia es un cáncer más de los muchos que padece nuestra sociedad del bienestar, es algo que hay que combatir, para eliminarlo harán falta muchos cambios, pero mientras tanto es necesario que intentemos no excluir a esas personas que han caído en ella, es necesario acercarse un poco más a ellos, ofrecerles un cigarro si nos sentamos a su lado en un banco, compartir unos minutos de conversación como lo haríamos con cualquiera, de hecho, deberíamos hacerlo más que con cualquiera, porque si algo necesitan muchas veces aquellos a los que no queda nada, es unas palabras amables, una conversación , por pequeña o por simple que sea.

Miremos alrededor con los ojos y la mente abierta, busquemos la raíz de las cosas, seamos un poco más humanos y no juzguemos sin más.

4 pensamientos en “Mi casa, la calle

  1. Er TiTo MaKaS dice:

    Después de leer este post se avalanzaron hacia mí unas palabras…
    Gracias!!

  2. Ali dice:

    Cada día me gusta más vuestra página, siempre q me paso al final me qdo leyendo todos los post nuevos que habeís puesto. Seguid así!

  3. SnIPhe dice:

    Es inevitable sentir un torrente de sensaciones cuando ves una persona en la calle…sea la epoca que sea.

    Los que asi lo desean, los que no tienen otra cosa, los que no saben quien son, los que tampoco quieren saberlo. Los que perdieron algo o los que lo ganaron, los que buscan o los que han encontrado.

    Miles de motivos y razones que no llegamos a comprender, por eso nos estrujan tanto y sangramos sentimientos.

    Besitos para todos.

  4. Diecinueve dice:

    Cuanto más abres los ojos, compruebas los vuelcos que puede dar la vida, no siempre con un final feliz.

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