Pero no embadurnado de harina, no, sino sirviéndome de la cultura popular compartida para ponerme como Perry Mason a base de guisos deliciosos y postres inimaginables. En efecto, ¿qué son las recetas sino la expresión más clara del copyleft aplicada al mundo gastronómico? Gracias a Dios (a Baco, con toda seguridad), la recopilación de recetas de cocina es una tradición antigua que ha permitido un trasvase de conocimiento de unas generaciones a otras, de unos pueblos a otros, de unas culturas a otras. Debido a ello, mi abuela -madrileña de casta- preparaba una de las mejores paellas valencianas de todo el barrio de Argüelles, o mi amigo Pablo es mundialmente conocido por su destreza con el nori maki.
Mi abuela y Pablo, y quienes engullimos felices sus platos, disfrutamos así de un elemento cultural que ninguna norma ha sido capaz de encorsetar, de blindar o de restringir. La receta es el procomún más apetitoso del que podemos beneficiarnos, pero no debería ser el único. De ahí que la pelea por ampliar los estrechos márgenes de la libertad de conocimiento nos siga pareciendo tan urgente como ineludible. Ya sabéis que podéis disfrutar del pequeño grano de arena aportado por sambadarua a esta batalla.
[El asunto de las recetas y el copyleft, aunque tiene su origen en Stallman, nos lo han contado los compas de xsto.info, una cooperativa de servicios informáticos instalada en el espacio e35, en Lavapiés. Suyo es también el tomatito que colorea este post].